martes, 15 de diciembre de 2015

Apuntes, La Maga y Horacio.


   Aquella noche regresé al lugar preciso algo más tarde de la hora adecuada para el encuentro. Acababa de terminar aquel bullicio posterior al final de mis tareas profesionales. Aguardé unos instantes; demoré voluntariamente las últimas precisiones de orden en los materiales para que se verificara mi ausencia unos instantes, desde la aparición de mis habituales acompañantes hasta mi acto de presencia. Aproveché para ultimar la recomposición de mi rostro y vestido.
    Antes de salir me detuve a repasar aquellas breves palabras en una servilleta de bar nocturno, recuerdo de una noche demorada hasta altas horas de la madrugada:

«Tus ojos que eluden mi mirada...
...me atraviesan los párpados
en un grito de ayuda indefinida...»

    No entendía la rotundidad del retrato. Unos breves cruces de palabras no permitían la seguridad para definir la fragilidad y dudas en mi deseo. Y hallaba siempre su mirada en el momento categórico que, bajo el peso de una charla imprecisa, buscaba su gesto ausente de Bécquer afligido, y repasaba su figura de niño que obligaron a vivir en un cuerpo que crece sin sentido.

 
«...Rozaré tu boca con el beso
de mis dedos hasta hallar
el túnel que resbala y me lleva
al instante dulce del olvido...»

    Su lectura me llenó de dudas una semana, y nada me intimidaba más, y a la vez me complacía, que considerarme objeto de los versos. Porque encontré, desatendido, aquel papel sobre la barra, y sé que habían estado conversando y de pronto el papel y escribe, y bastó un solo desvío de su mirada para asegurarme que aquel texto iría a mí destinado. Continuamente la duda, el rencor al tiempo de la huida. Y de nuevo la incertidumbre. Y cada pregunta era un avance en la seguridad de mi deseo. No tenía la certeza de mi papel asignado. Pero iba adquiriendo la definición de un paisaje que me iba dibujando en la distancia.
    Y descubrí que no estaba; en una esquina de la barra percibí la oquedad que le correspondía, justo entre su grupo habitual de tertulianos, donde su ausencia era el perfil de un líquido continente.
    Y entonces la rutina, el líquido que llena y no empuja las palabras, la rotundidad de las horas que caen como moscas muertas en el mural de la noche. Mientras se comentaban pedanterías solapadas en el ruido indefinido del local, sentí la vergüenza atrasada en manifestar mi pasión por Bécquer. E intenté, mientras asentía ante sordas preguntas, detallar lo que días antes manifesté como una vergonzosa cita fuera del tiempo. Bécquer que muda la levita por los mordiscos de luz y humo de «Arbour Zena», transmigrando el cello desde las yemas de los dedos a la penumbra del balcón de mi cuerpo, y entonces aparecen todos los versos, se derrama en mi piel Dvorak adagiando las palabras del capitán, desde la risa, como un insecto. Bécquer redimido en luz, indultado en la rayuela, como una versión celeste que preludia la destrucción o el amor, Altazor a la sombra del paraíso.


La Maga
    
  


    Fauré me sumergía, próximo al naufragio. La mortecina luz me recordaba la urgencia de los ritos: la noche previa a los descansos recientemente venía acompañada de una cotidiana carrera buscando la palabra, y habitualmente encontraba un reconocido silencio, o la tragedia de la mudez del alboroto. Janos rasgaba el cello: un sonido próximo a la sangre en una tarde cuyo cielo evocaba matices de danza contenida. Popper perfilaba la tarde, añadiéndole la substancia de la danza. Debussy me regresaba a una infusión de sombras.

   Hasta el hastío de una pasión sin alianzas: mueres con lentitud ante la indiferencia tan próxima. Cuarenta años resumidos en un verso. Sólo existe un poema que anhelamos escribir fijamente, y lo olvidamos en nuestras miradas, en las esperas... «Si, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer...». Todo mentira, todo sigilo: decimos más en lo que callamos, persigo desde hace tiempo condensar ese instante mágico en el que manifestamos nuestro silencio, cuando logramos olvidar la longitud del tiempo, y entonces el capítulo 7 de Rayuela se manifiesta como la única realidad de un instante. Pero el soplo: la dificultad de decidir rápidamente que estás vivo. La fortaleza empleada para la carrera de fondo tropieza con nuestro olvido de los ojos, y eludimos la mirada, y nuestra ocultación es un bucle de suicidio, la reflexión de la luz se apiada de esta ausencia de espejos. «Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano... entonces jugamos al cíclope... y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua».

   He hallado la frecuencia de la hidra, el cíclope se esconde, se prudencia en la solidez de la estancia: el cobijo de la penumbra elude la congregación de luminarias. Reunir todos mis ojos es tarea que me impulsa a un suicidio de horizonte.

   Y quisiera hallar la liturgia: una palabra que me viole, un gesto que me maldiga, una visión que me sintetice en la noche hasta un alba con postración a los sentidos. Junto a la humedad del mar rozaré tu mano tibia, el temblor como proemio del susurro, y tú acaricias mis ojos con una dulzura de palabra y gesto. Será innecesaria la presencia de las manos porque los dedos son el único verbo conjugado, la mirada la única frase definida. de música en el silencio, un adagio que sujeta la evocación de la sonata.
   Pero no existe maravilla fuera del dominio de lo soñado. Presiento mi efigie de náufrago, y eludo arrojarme esta noche al túnel porque evitar una lágrima sería un gesto oculto de ínsula despeñada. Me froto el cuello con lavanda, necesaria para una noche de espejos sólidos. Me acaricio con suavidad, lentamente, en el saxo líquido de un pasaje detenido. Compruebo que la oscuridad venció al malva, y me sitúo ante el teclado dispuesto a inventarte, deseoso de nacer en las palabras que te nombran, de sucumbir en el aire que me traes.


Horacio Oliveira




Sugerencia. Arte poética, Jorge Luis Borges




jueves, 10 de diciembre de 2015

Sugerencia. Walking around, Pablo Neruda

Walking around 

Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.

El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.

Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío.

No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tripas moradas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.

No quiero para mí tantas desgracias.
no quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos,
aterido, muriéndome de pena.

Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.

Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.

Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.

Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias.

Pablo Neruda 

Sugerencia. Haz lo que quieras, pero... , Jesús Munárriz



 

Jesús Munárriz - Wikipedia, la enciclopedia libre


A media voz. Jesús Munárriz


CANCIONES ESCRITAS POR JESÚS MUNÁRRIZ

Sugerencia. Cerré mi puerta al mundo.... Emilio Prados




    
    


Emilio Prados. A media voz

Gota de... lluvia . Mela







Esfera flexible que inundas el paisaje


Marina sus sueños en mi deseo

Ensaliva la desnudez de su cuerpo
Refresca su boca con alientos sin distancia

Almíbar sus pestañas en la esperanza
Salpica sus pies de amaneceres

Lava sus quemaduras en áloes verdes
Surca las venas de la tierra

Y rocía sus cabellos con las sedas de la huella

Mela

Los sueños son semillas. Mela

Henri Matisse - Young Girl in a Green Dress

Los sueños son semillas
(el árbol que soñaba)

La luz le aderezó de verde:

para tus ojos.

El viento le compuso romanzas:

para tus oídos.

Los gorriones le rociaron besos:

para tus labios.


...Y soñó que tus ojos le recitaban versos,

que tus oídos escuchaban sus cantigas,

que tu boca le susurraba brisas enlazadas.


El tallo endureció de olvidos,

las ramas dilataron despedidas;

desnudo de amarillos

siempre presto a la caricia,

sacudió el vértigo de abismo.

  

De sueños engendró cenizas

y habitar, en su piel, semillas.



   Mela                            

Las manos de la luna. Mela


El dolor y las palabras


Happy New Year. Julio Cortázar




miércoles, 9 de diciembre de 2015

Sugerencia. La palabra, Pablo Neruda






Los versos del Capitán - Pablo Neruda - Ciudad Seva


Pablo Neruda - Wikipedia, la enciclopedia libre


"A media voz". Poemas de Pablo Neruda


Pablo Neruda - Centro Virtual Cervantes.


Sugerencia. El Perseguidor. Julio Cortazar

Duermevela. Amaranta Allende

 

Sugerencia. Ausencia. Lope de Vega


Sugerencia. Voces, Constantino Cavafis


   Constantino Cavafis - Wikipedia, la enciclopedia libre

 

100 Poemas - Constantino Cavafis - Ciudad Seva

 

Sugerencia. Esa luna color de viejo saxofón, Luis García Montero




martes, 8 de diciembre de 2015

Sugerencia. José Saramago


 

Sugerencia. Epitafio. Jenaro Talens.





Jenaro Talens - Wikipedia, la enciclopedia libre

 

"A media voz". Jenaro Talens

 

 

Huida. Amaranta Allende

 
 
 
Nadie observa que mis ojos se inclinan buscando cada gesto. ¿Nadie percibe el aire que muda su presencia, su color malva pálido, su aroma sostenido persiguiendo las esencias? 

Para ti- acosaba tu mirada vigilante- todo gesto era superfluo. Sentí cómo me habías recortado de la escena, me perseguías dulcemente desde el zoom de tu mirada, en un travelling pausado, de deseo sostenido, de paciencia felina. Tomaste la cámara para recordarme, con tu cinismo invisible para no iniciados, que ahí estabas, que sostenías este paisaje con ojos de halcón, con un roce de paloma.


Y luego el tiempo, como siempre, deshojando las distancias, alimentado dudas. Y tu voz huyendo, y tu piel tiritando como prado ante la brisa. A solas, silencio, distancia, la premura de hallar asiento, de llegar, de confluir…pero solos y tan distantes y tus dedos mudos cuando mi piel se acercó, pero ya estamos y qué bien que llegamos sin herirnos. Debí lanzar mis ojos a tus manos para temblar de miedo. O esperaba tu asalto de caricias, la presión indecisa de un instante, el concurso de las manos, afluencia selvática de miradas: un atisbo de sol, el sosiego de un incendio dócil a la brisa del tiempo.


Y llegamos, y entonces la multitud nos escondió de todos, y jugamos, y lanzamos nuestros dardos al deseo que, sabíamos, no llegaría, sería dulce morder un aire sólido que nos adhería-nos separaba de esa pegajosa presencia, envoltura al fin de nuestro encuentro.


Sí, “jugamos al cíclope “, ensayo inicial, proemio de un encuentro decidido, pero cuándo, dónde hallaré el agua tibia de tus manos, sostener mis miedos.


Y entonces la duda, la elección forzada, hábil presencia para evitar agravios. Cambié un instante de azul por la penumbra de tu ausencia. Y no supe que buscabas, me aguardabas como lluvia, como flor a tierra mojada, que como un débil junco balanceabas tu silueta en la calle buscándome donde no me hallabas, y el río te arrastró a la corriente que se aleja.
Y entonces la calle con una luz oro viejo, recortada en tus pasos hacia donde ya mi piel no estaba, la noche te tragó como una llama que nos deja a oscuras. Y el silencio en las calles. ¿Que miran? ¿Qué hablan?


Te vas, permito tu distancia en un acto de miedo, un desmayo, incuria de mis senos altivos y atentos. Cada pozo de mi piel secó su delirio de diluvio marino. Trencé las agujas que erizaban una epidermis ahíta de un espectro de luz, de un paisaje Van Gogh.
Y te envié a Klee para arañarte de sombras.
Y espero ahora el alcance de la distancia. La penumbra me arroja. Pero es añil como el eco de tu palabra. Verde-mar, como tus ojos cuando dibujan la sonrisa, insólita como floresta en la orilla marina.

 
Amaranta Allende

Sugerencia. Jean Paul Sartre


Sugerencia. Para secar tus lágrimas. Roque Dalton